"Puedo decir con sinceridad que el aborto fue
una de las decisiones menos difíciles de mi vida. No peco de frivolidad al
decir que tardé más tiempo en decidir qué mesada ponía en la cocina que si
estaba preparada para ser responsable de un futuro ser humano el resto de mi
vida” confiesa Caitlin Moran en su libro Cómo ser
mujer. Y desata un escándalo en mi cabeza.
Foto: La Garganta Poderosa |
Sigo atónita. “Ni por un segundo pienso que debería tener
este bebé. No tengo ningún dilema, ninguna decisión terrible que tomar. Se con
serena certeza que no quiero otro niño ahora, del mismo modo que se que no
quiero ir a la India, ni ser rubia, ni disparar un arma”.
Hicimos los
deberes como feministas. Suscribimos a la campaña por el aborto legal, seguro y
gratuito. Apoyamos el abrazo al Congreso para que de una vez haya un debate
serio y no se cajonee el proyecto de legalización. Repetimos la cifra del
espanto como un mantra: Medio millón de abortos al año, se calculan, sólo en
Argentina. Pero nos sobra recato para gritar que queremos decidir sobre nuestro
propio cuerpo. Y si la que lo dice lleva puesta una panza de siete meses,
agarrate Sofía. "Yo, más que a favor
del aborto, estoy en contra del aborto clandestino", sostuvo la hija de
Moria para después aclarar: "Yo nunca aborté pero porque tengo la
posibilidad de elegir. Tengo la posibilidad de prevenir, de informarme, tengo una
educación sexual necesaria y por eso no llegué a esa instancia. Pero no todo el
mundo está en esas condiciones".
Tremenda
repercusión mediática y eso que no se metió con el puñado de mujeres que sí
sabíamos cómo cuidarnos, que tenemos secundario completo, facultad, años de
terapia y controles ginecológicos regulares, y de todas maneras, por un error
fatal, nos embarazamos y dijimos No.
Primero lo
urgente. Dar respuesta a la enorme cantidad de mujeres que atravesó el horror
teniendo que recurrir a tugurios clandestinos sin las mínimas condiciones de
seguridad y asepsia, desangrándose, infectadas, aterradas y criminalizadas por
el sólo hecho de haber decidido que no querían ser madres. Porque la estadística
oficial marca que en nuestro país cada año mueren 100 mujeres por prácticas de
abortos inseguros. Pero el debate admite, o mejor, necesita también indagar
sobre el dilema moral que implica el aborto. Qué tal si dejáramos de plantearlo
como algo indefectiblemente traumático, esa especie de salvedad cada vez que se
nombra la mala palabra “es terrible, ninguna mujer pasa por esto a la ligera”.
Retomamos el
subrayado furioso sobre el libro de Caitlin, manual de Cómo ser Mujer, página
311. Abortos “buenos” y “malos”. Una adolescente violada y/o una madre cuya
vida peligra por el embarazo tienen permitido el aborto. Casi que podrían
lograr no quedar estigmatizadas. Del lado oscuro aparecen los abortos
reincidentes, o abortos en avanzado estado de gestación, o peor aún
provenientes de mujeres-madres que deciden abortar. Esas son lo peor.
¿Y si no, qué? Si
admitimos en voz clara y a los gritos que la decisión fue simple, a secas (sin
lágrimas) y del todo racional. Un trámite que nos hubiese encantado no haber
tenido que hacer, y aun así no hay un dejo de nostalgia por esos escarpines que
no quisimos tejer.
Valeria Sampedro.