lunes, 24 de noviembre de 2014

La campaña Macrisida

La última ideota PRO la tuvieron los jóvenes macristas cordobeses. Un cinturón de castidad –pleno siglo XXI- para ¡cuidarse del SIDA! Retrógrado y machista, es poco.

Una concha. Completamente depilada.  Sellada con un cierre. Y rematada con un moñito rojo. Si no fuera que se trata de la cinta emblemática de la campaña contra el HIV podríamos pensar todo tipo de cosas horribles detrás de ese afiche perverso, por ejemplo en la burda declaración de amor de una adolescente a su novio al que le “entrega” su vulva virgen. Igualmente desagradable.

Mil interpretaciones se me vienen a la cabeza. Una peor que otra. ¿Qué hace ahí una vagina sin pelos? Si quisieron representar a una nena estamos en problemas. Prefiero pensar que los jóvenes cráneos macristas, tan pacatos ellos, no se animaron a poner en el afiche la vieja y querida concha peluda. Pero más allá de sus pudores, PROmover la abstinencia como método de evitar el contagio es de una ignorancia pasmosa. Y peor aún es que hayan puesto a la mujer como centro de la campaña. Qué tal un gran pene como PROtagonista (depilado también ¡por favor!) cocido en la punta, onda matambre. Si, ya se, hubiera sido otra aberración, aunque por lo menos con igualdad de género.

No se les ocurrió un “PROtegete con PROfiláctico”. Eso hubiera sido re PRO.

Valeria Sampedro.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Recriminaciones de una feminista con mucama.

Eso de que los extremos se tocan. Nada. Que en una sobredosis de Entremujeres de golpe sentí una opresión, el corazón galopando a lo loco, la garganta un nudo. Casi terminaba el test de la buena feminista, todavía mantenía abierta la ventana con la nota esa de las contradicciones femeninas y que nos gustan los tipos machos, pero no machistas, cuando se me aparecieron en pantalla `las 10 claves para encontrar a la mejor empleada doméstica’ y ¡zaz! tuve la revelación: el patriarcado más peligroso se esconde vestido de rosa en las pestañas de los portales femeninos.

El dedo en la llaga. Una catarata de justificaciones se amontona para responder la pregunta ineludible: ¿Se puede ser feminista y tener mucama?

Soy una mujer emancipada; periodista y madre que corre de acá para allá todo el día, chica Dove de axilas impecables y medidas “reales”, la casa, los pibes, la comida, la ropa ¡no doy abasto con todo! Necesito una empleada doméstica. Que sepa coser, que sepa bordar, que vaya a abrir la puerta y se ponga a jugar con mi hijo. Y que cocine, tienda la cama, limpie el baño, saque la basura.

El rinconcito de culpa, ahí donde se aloja mi militancia (por la igualdad de género) hizo que saliera corriendo a contratar una ART apenas se aprobó la ley que amplía los derechos de las trabajadoras de casas particulares y las acerca a la dignidad laboral. Las acerca, bien digo, no sea cosa que adquieran plenos derechos y se pidan médico. Porque es cierto que ahora por lo menos su labor está reconocida y regulada, pero el salario establecido sigue por debajo del mínimo, vital y móvil. O sea..

El ejercicio de la coherencia es algo que deberíamos practicar más seguido. Mientras tanto, mi remordimiento se mantiene intacto. La veo de reojo pasar por detrás mío con el trapo de piso y atino a cerrar el word. Sospecho que está despellejándome ahora mismo, “ay, la señorita es feminista, escribe sobre los derechos de las mujeres pero le tengo que sacar yo los pelos de la rejilla”. La pura verdad.

Más que merecido se tiene el sueldo, aguinaldo, vacaciones pagas y art esta señora a la que le debo mi independencia. Es que la autonomía se vuelve posible sólo si otra mujer viene a lavarte los platos. Por cada mina “liberada” de la rutina doméstica hay otra sometida a un doble esfuerzo. Lo sabemos, no nos hagamos las tontas. Es eso, o arremangarnos.


Pero forcemos la lógica hasta lo inverosímil. Desnudemos del todo la miserabilidad de nuestro enano machista. Ponele que viniera un tipo (un expulsado del sistema, un desempleado, padre de familia, bla bla) a ofrecerse para hacer la tarea doméstica. El señor lava, plancha, cocina y de yapa te arregla el cuerito, por la misma plata. ¿Lo contratarías? Dejame tu número flaco, cualquier cosa te llamo. Si voy a poner mi casa en manos de alguien que sea una mujer. Al fin y al cabo son más responsables y meticulosas.

Valeria Sampedro.

sábado, 8 de noviembre de 2014

De vibradores y buenos maridos. Sweet MyLord

Siete velocidades, ocho centímetros, doce cómodas cuotas. La inversión mejor financiada de la década. Mi década ganada.
Nunca subestimen a un micropene con ínfulas de semental.

Mi militancia feminista no pudo tener mejor efecto doméstico. Si no cómo se explica que el Día de la Madre tu marido llegue a casa con un vibrador en lugar de una minipimer. Eso es amor, sépanlo. Creo que estoy haciendo las cosas bien.

Lo bauticé MyLord e inmediatamente nos volvimos íntimos. Semejante acto de generosidad le mereció a mi compañero de cuarto (el humano, en este caso) un plato a la carta, masajes en los pies y una salida con los amigos sin horarios ni preguntas. Total, yo me estaba conociendo con MyLord.

La primera semana durmió la siesta, cada tarde, abrazado a mi clítoris. Pronto quedó incorporado a la rutina familiar y al tiempo empezamos a hacer colecho. Se la pasaba entre las sábanas, nos convertimos en un trío inseparable. Es increíble lo que puede lograr la Rampolla en un zapping desvelado.

De golpe mi marido se volvió un ser entrañable. Siempre tuvo el tino de ocuparse de mis orgasmos, pero el gesto del vibrador como utensilio aliado, amigo, confidente, me sacudió la modorra conyugal. Y no tenía que ver con la libido, fue su estado de vigilia, su mirada atenta, su empeño en atender mis luchas, lo que me conmovió al punto de sacudir mis niveles de serotonina y salir corriendo a buscar la tanga de encaje olvidada al fondo del cajón de las bombachas.

El puso su tarjeta de crédito, invirtió en mi placer... Y eso, sólo puede pagarse con sumisión. Como corresponde a una buena esposa. Esta noche lavo los platos yo, mi vida.

Valeria Sampedro.