jueves, 25 de mayo de 2017

Carta de una viuda indigna (mi mamá)

“Su trámite ha sido resuelto desfavorablemente”. Con esa frase, la ANSES sentenció que esta viuda indigna no merece una pensión. Mi nombre es Irene, tengo 72 años y en julio de 2016 perdí a mi compañero de los últimos 35 años. Con Hugo nos conocimos en el 83, ambos estábamos separados de relaciones anteriores y el divorcio vincular era por entonces una utopía. Inauguramos la experiencia de familia ensamblada sin papeles ni rótulos, aunque él ejerció de segundo papá de mis nenas, de marido y de sostén. Después el nido quedó vacío, nosotros seguimos juntos, nos mudamos, nos jubilamos, la vida. El año pasado él se enfermó. Fueron meses durísimos, nueve internaciones, noches desveladas en el hospital, la lucha por un tratamiento ambulatorio y asimilar que estaba llegando el final. Una semana antes de morirse me propuso casamiento, no era un arrebato de romanticismo, o sí: quería asegurarme una pensión.

Llevo OCHO meses de gestiones y unos 1250 pesos gastados en taxi (ando con bastón y no puedo viajar de otra manera hasta la oficina de Anses que tramita mi expediente); presenté boletas de servicios certificando mismo domicilio, las credenciales de PAMI donde figuramos con idéntica dirección, comprobantes de un plazo fijo compartido, la epicrisis de su última estadía en el hospital. Aporté dos testigos que acreditaron el vínculo y –atención con el dato- les hicieron llenar una planilla donde debían decir, bajo declaración jurada, quién había sido responsable de la ruptura matrimonial del finado, intentando descartar que la tal Irene no hubiera sido “culpable” de su divorcio. Nada alcanzó. El último llamado de Anses fue para pedirme más pruebas. Pero ya no tenía más documentación que aportar y tampoco ganas de seguir mendigando. Pensé en las fotos, en las tres cajas de zapatos atestadas de pruebas: Hugo con las nenas, montones de cumpleaños, nosotros más gordos, más flacos, más viejos..

Esta tarde mi hija revisó la web de ANSES y el trámite figuraba ya finalizado. Resolución NO positiva. RECHAZADA LA PENSION. ARCHIVADO EL TRAMITE.


Mi vieja se llama Irene Julia García DNI 4937299


sábado, 20 de mayo de 2017

La cultura del "permitido"

Inauguré la temporada otoño-invierno con un atracón de bombas de crema  y dulce de leche. Me las merecía. Todavía relamiéndome y con mueca de satisfacción pensé en el alivio que supone para muchas mujeres –incluso las que no tenemos problemas de sobrepeso- la llegada de una estación que justifique el consumo calórico y me dije: esto es material para la columna.

El frío –se sabe- nos concede una tregua estética; nada como sucumbir ante un buen plato de lentejas con panceta y chorizo colorado, cuyas grasas saturadas podremos disimular con cualquier abrigo de estos que se usan ahora color mostaza o bordó, sin acordarnos siquiera dónde dejamos abandonado el pase del gimnasio. Quién te ha visto, meter panza aguantando la respiración al borde de la apnea en vacaciones; y quién te ve ahora, pasearte displicente con el primer botón del jean desabrochado, escondido bajo la ruana. Podría seguir describiendo mil delicias de chocolate y edredones, pachorra y vino malbec, pero acabo de tener un ataque de culpa. No culpa de desorden alimentario eh, sino culpa feminista. Por haber caído en la trampa burda del “permitido”. Nada más humillante (y funcional) que creerse empoderada por comer una bola de fraile sin remordimientos.

Alivio. Culpa. Calorías. Sobrepeso. Permitido. La Real Academia debería erradicar del diccionario estas malas palabras. Y el movimiento de mujeres expulsarme por tibia a la hora de militar la causa contra los mandatos estéticos.

¿Qué clase de discurso estás comprando? -es Martita, mi enana feminazi la que llega para dar su sermón. No ves la trama de complicidades detrás de tu obediencia indebida. El frío no es un aliado sino partícipe necesario del complot, secuaz de la primavera-verano que llegará para devolvernos cada uno de nuestros complejos. Patriarcado mueve los hilos al ritmo del termómetro y el centímetro; decide en qué momento darnos un respiro, te consuela con un postre y después nos obliga a ajustar más y más el cinturón hasta lograr que volvamos a estar buenas: Aprovechá ahora, mamita, date un gusto, si te pasaste todo enero a yogur y ensalada; ya habrá tiempo de ponerse las pilas  y convertir esa flaccidez en un muslo pasible de piropos. Todo el sistema trabaja para el enemigo ¿no te das cuenta? La balanza le hace el juego a la góndola de embutidos. La propaganda de la flacura mitiga el enojo con desfiles televisados de mujeres reales, una vez al año. La bicicleta fija, otro ejemplo. Vino a renovarse en ese invento llamado spinning para quemar las porquerías que hayas consumido durante tu lapsus de autonomía otoñal. Todo predeterminado y vos creyéndote outsider por espaciar el depilado. Madurá.

¿Entonces? Entonces cortala. Ni alivio, ni culpa. Si vas a librar una batalla contra el machismo primero tratá tu síndrome de Estocolmo que te hace sentir libre por comer unas bolas de crema y dulce de leche en pleno invierno, cosa de poder esconder los rollos después. Que te quede claro, nadie va a marcarnos la agenda de lucha y mucho menos pretender imponernos un calendario calórico. Con nosotras, NO.

Gracias Martita, ahora sí me siento empalagada. Digo, empoderada.


Valeria Sampedro.
Nota publicada en Revista ParaTi (19/5/17)