Inauguré la
temporada otoño-invierno con un atracón de bombas de crema y dulce de leche. Me las merecía. Todavía relamiéndome
y con mueca de satisfacción pensé en el alivio que supone para muchas mujeres
–incluso las que no tenemos problemas de sobrepeso- la llegada de una estación
que justifique el consumo calórico y me dije: esto es material para la columna.
El frío –se sabe- nos concede una tregua estética; nada como sucumbir ante un buen plato de lentejas con panceta y chorizo colorado, cuyas grasas saturadas podremos disimular con cualquier abrigo de estos que se usan ahora color mostaza o bordó, sin acordarnos siquiera dónde dejamos abandonado el pase del gimnasio. Quién te ha visto, meter panza aguantando la respiración al borde de la apnea en vacaciones; y quién te ve ahora, pasearte displicente con el primer botón del jean desabrochado, escondido bajo la ruana. Podría seguir describiendo mil delicias de chocolate y edredones, pachorra y vino malbec, pero acabo de tener un ataque de culpa. No culpa de desorden alimentario eh, sino culpa feminista. Por haber caído en la trampa burda del “permitido”. Nada más humillante (y funcional) que creerse empoderada por comer una bola de fraile sin remordimientos.
Alivio.
Culpa. Calorías. Sobrepeso. Permitido. La Real Academia debería erradicar del
diccionario estas malas palabras. Y el movimiento de mujeres expulsarme por
tibia a la hora de militar la causa contra los mandatos estéticos.

¿Entonces? Entonces cortala. Ni alivio, ni culpa. Si
vas a librar una batalla contra el machismo primero tratá tu síndrome de Estocolmo
que te hace sentir libre por comer unas bolas de crema y dulce de leche en
pleno invierno, cosa de poder esconder los rollos después. Que te quede claro, nadie
va a marcarnos la agenda de lucha y mucho menos pretender imponernos un
calendario calórico. Con nosotras, NO.
Gracias
Martita, ahora sí me siento empalagada. Digo, empoderada.
Valeria Sampedro.
Nota publicada en Revista ParaTi (19/5/17)
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