Hay un punto en el que ya no
sabes si eso que leíste encarna a la perfección justo lo que pensas o si
empezaste a creer en eso a partir de la lectura. ¿Importa? Creo que no mucho.
Lo que sigue es un relato hecho de retazos -copia textual-, con las marcas de algunos libros que
son parte de mi biblioteca feminista. Escritura patchwork.
Acaso no estamos
siempre reescribiendo lo que ya escribió otro? Pues acá, una reinterpretación libre.
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Si hay una sola cosa que me hace tener esperanza en el futuro
de la liberación de la mujer ha sido ver, a lo largo de los últimos años, la
caída y ascenso de varios íconos femeninos. En muchos sentidos, es en las
páginas de las revistas de moda y del corazón donde el nuevo capítulo del
feminismo ha ido lenta, en incongruentemente, moldeándose. En el interregno,
entre la emancipación femenina y el momento en que finalmente las mujeres de la
política, los negocios y el espectáculo alcancen la verdadera igualdad, la
cultura de los famosos es el foro donde analizamos y discutimos la vida, el
papel y las aspiraciones de la mujer.
Se trata más bien de una línea de fuga de la fuga del control
y del disciplinamiento entristecedor heterofascista que incluso nos coopta con
esos deseos de ser alguien en esta vida: reconocimiento, trascendencia,
prestigio, tener un nombre. De las famas, la única que interesa es la mala…
Hablo como proletaria de la feminidad. Hay como un orgullo de
empleada doméstica al tener que avanzar con dificultad, como si fuera útil,
agradable o sexie. Un goce servil. No sabemos qué hacer con nuestras potencias.
La mujer es el artefacto político que no consigue asumir la soledad,
siempre en busca de quien la complete, de quien la ampare, la proteja, la
cobije, la resguarde, siempre esperando algo que estimule su abúlico tedio existencial
femenino hegemónico.
En una cultura que se reserva el derecho de humillar a las
mujeres consideradas poco atractivas, un desesperado anhelo de belleza va
inseparablemente unido al terror de que la belleza, poca o mucha, que cada una
posee ya haya empezado a desvanecerse…
Las mujeres les dirigen a los hombres un mensaje
tranquilizador `no nos tengan miedo´. Vale la pena llevar una vestimenta
incómoda, calzados que traban el caminar, hacerse romper la nariz o hinchar los
pechos, matarse de hambre. Nunca ninguna sociedad exigió tantas pruebas de
sumisiones en las imposiciones estéticas, tantas modificaciones corporales para
feminizar un cuerpo. Toda mujer sabe que, por muchos que sean sus demás
méritos, no vale nada si no es guapa. Llama la atención la explosión de look
perra extremo adoptado por muchas chicas, que por otro lado les sienta muy
bien. En realidad es una forma de disculparse, de tranquilizar a los otros, de
tranquilizar a los hombres: “mira lo buena que estoy; a pesar de mi autonomía,
mi cultura, mi inteligencia, sigo aspirando solo a gustarte”. Tengo la
posibilidad de vivir otra cosa, pero decido vivir la alienación vía las
estrategias de seducción más eficaces…
Lo más deprimente del falso albor del feminismo es que,
mientras estábamos ocupadas celebrando victorias en gran parte imaginarias, el
trastorno de distrofia corporal de ha convertido en una pandemia de alcance
mundial.
El cuerpo de una mujer es el campo de batalla en el que lucha
por su liberación. La opresión actúa a través
de su cuerpo, cosificándola, sexualizándola, victimizándola,
incapacitandola…
A la mujer se le ha venido demandando resistencia, heroicidad
ante la perspectiva de una agresión sexual. Para creerle a una mujer, los
jueces pretenden que demuestre que fue lo suficientemente clara en la defensa
de su “tesoro”, de su “honor”, de sus genitales, de la penetración. Con
violencia, si es necesario, debe comunicarle de manera indiscutible al macho
que lo rechaza. Si no lo hizo, entonces, no hubo violación. El varon pudo haber
entendido que el suyo era un no “histérico”, por eso de que las mujeres dicen
“no” cuando en verdad quieren decir “si”. Mientras no lleve su nombre, la
agresión pierde su especificidad, se puede confundir con otras agresiones, por
ejemplo con que te afanen, te lleven en cana, te demoren o te caguen a palos.
Esta estrategia de la miopía tiene su utilidad. Porque a partir del momento en
que una le dice violación a su violación, todo el aparato de vigilancia de las
mujeres se pone en marcha.. Una mujer que aprecia su dignidad hubiese preferido
que la maten. Mi supervivencia, en si, es una prueba que habla en mi contra. Solo
a los psicópatas graves, a los violadores en serie que cortan conchas con
botellas rotas, o a los pedófilos que atacan a las niñas, se les
identifica en la cárcel. Porque los
hombres condenan la violación. Lo que practican siempre es otra cosa…
Todo esto podes encontrarlo esparcido en:
Caitlin Morán (Como ser mujer).
Virginie Despentes (Teoría King-Kong)
Leo Silvestri & Manada de Lobxs (Foucault para
encapuchadas)
Germaine Greer (La Mujer
Completa)
Miriam Lewin, Olga Wornat (Putas y Guerrilleras)
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