Empujaba el chango desbordado rumbo al
estacionamiento; no estaba segura de que la compra fuera a alcanzar para todo
el mes pero había conseguido buenas ofertas y eso le daba un aire de
suficiencia al andar, mientras evaluaba qué preparar para la cena. Revolvía el
interior de su bolso buscando la llave del auto cuando quedó petrificada frente
a la cochera. Era su camioneta (la de él), no había dudas. La chata roja, 15
años después. ¿Habría vuelto?
Foto: IG @Raichijk_daniel |
Un sudor repentino le humedeció la espalda. Lo
primero que atinó fue a acomodarse el pelo y pasarse las manos por la cara,
como si una pudiera alisarse las arrugas del tiempo en ese gesto de caricia
compasiva. La respiración entrecortada, las rodillas flojas. Ahí parada,
inmóvil, revivió la secuencia de aquel mediodía a la salida del mercado, el
guiño de luces, cómo estás, voy para tu lado dejame llevarte, esas bolsas deben
pesar una tonelada. Llegaron y ella le ofreció una taza de café, los chicos
estaban en la escuela, el marido quien sabe por dónde, así que cuando él se le
acercó y la tomó por la cintura ella se dejó abrazar y tuvieron su tarde de
película. Sin secuelas, no le dio la valentía para más. Recordaría por siempre
aquella escena memorable, descompuesta en llanto sin que nadie entendiera
porqué, cada vez que en la tele volvieran a pasar Los Puentes de Madison.
Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor