Yo mujer. Yo feminista, libertaria
de almas cosificadas salgo a la calle -dedo acusador en alto- y tomo nota.
Necesito material para mi blog. Publicidades sexistas, incumplimiento de la ley
de talles, pegatina prostibularia, piropos acosadores.
El periodismo de
denuncia me sienta bien.
Agazapada frente a la vidriera de un
local de lencería, mientras apunto mi diatriba en contra de los push up y las
tanguitas cinthia fernandez, se
aparece Griselda reflejada en la marquesina de la parada del 39. Es la cara de
la nueva línea de ropa interior Selú. La ves, la escrutas -cada centímetro de
ese pedazo enorme de afiche- y se te dibuja una mueca maligna, un extraño
regodeo ante la textura de una piel sin photoshop: lunares, un pliegue, el
asomo de una estría. De pronto algo incomoda. Doblemente me incomoda. No tanto
que la Siciliani tenga imperfecciones, sino ¡que Selú decida mostrármelas!
Qué clase de síndrome de Estocolmo me
hace sentir estafada si mi celebrity se atreve a exhibir un rollo. Porque
podemos soportar a un puñado de señoras gordas jugando a ser modelos por un día
y haciéndonos creer que el mundo fashion tomó conciencia de los estragos que
viene haciendo en nuestras cabezas -la chusma de peluquería que llevamos dentro
celebra la idea de un desfile con mujeres reales una vez al año y auspiciado
por el suplemento femenino del diario- pero déjennos seguir creyendo que esos
culos de tapa son posibles. Si esto es una utopía… quiero morir en ella!
El sociólogo Pierre Bourdieu habla sobre
ese estado permanente de inseguridad corporal y lo llama alienación simbólica. El
daño está hecho. Queda el escarnio público. O salir corriendo a abrazar a Griselda
por su valentía, por su insolencia y su autoestima. Gracias Gri.
Valeria Sampedro.
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