Frida debe haber sido la única.
Llevar el bigote con suficiencia es algo que no nos fue dado al resto de las
mujeres sobre la faz de la tierra. Excepto Flor de la V.
Estás hablando con alguien, no
importa, una amiga, la vendedora, la recepcionista del consultorio, una compañera
de facultad, con tu propia tía y la maldita no te mira a los ojos. De pronto fija
su vista justo al costado de tu boca, en la comisura, abre los ojos grandes y
ahí se queda, como extasiada mientras vos gesticulas en un limbo que ya nadie
escucha, ni vos misma, porque sabes, está claro que esa yegua está mirándote la
sombra, la pelusa, tu bozo.
El pelo como una malformación. El
enemigo público al que hay que eliminar como sea, no importa si quema, si
duele, si te lastima hasta sangrar. Lo que importa es que no esté. Por ellos,
pero sobre todo por nosotras, o mejor dicho por ellas (las exégetas del
patriarcado). Porque podes tener un poco de celulitis, ok. Pero ¡depilate
sucia! ¿O sos feminista?
Los campos de concentración de
belleza, también llamados centros de estética te arman combos en seis cuotas
sin interés. Y si pagas en efectivo hay descuento: pierna entera-cavado
profundo-brazos-tira de cola, todo por trescientos mangos. Al mes.
Las que resistimos en la intimidad
nos volvemos militantes en invierno –poniendo a prueba ya que estamos la
fidelidad y amor de novios/maridos- y cedemos ante la presión y los avisos de
desodorante Dove con axilas como pétalos de rosa.
Pao Lin, amiga virtual y activista
lesbitransfeminista (si, las tiene todas y por si fuera poco se dejó la
barba!!) hace poco escribió una columna buenísima en Las 12 sobre su chiva
incipiente y el regodeo ante el espanto de los otros. “La no depilación coloca
a la mujer en el ámbito de la monstruosidad, o la desplaza al lugar de fenómeno
de circo. Vivir sin ceder a las presiones de las distintas ofertas de
depilación definitiva o temporal es una lucha cotidiana en cualquier ámbito, y
la depilación, cuando es una práctica obligatoria, se convierte en una forma
más de imponer violencia sobre los cuerpos de las mujeres”.
La verdadera revolución feminista,
la batalla final con la que daremos la estocada será ese día en que salgamos en
minifalda sin necesidad de haber pasado inmediatamente antes por la
prestobarba.
Valeria Sampedro.
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