Jamás hasta esa tarde sus fantasías se habían relacionado
con nada que tuviera que ver con un gimnasio. Nunca.
Si había
algo que no le agitaba en absoluto la libido era el prototipo de chabón
musculoso con la tablita de lavar y el ego suspendido en sus bíceps. A ella la
ibas a conquistar con aspecto desgreñado, pancita de cerveza y una cuota
razonable de ironía. Improbable que se cruzara al hombre de sus sueños
entrenando (y para amante mejor alguien menos ególatra).
Ph. IG: @raichijk_daniel |
Pero el
tipo que ahora indicaba el próximo ejercicio tenía algo que le llamó la
atención. Era nuevo, nuevísimo ese profe, morrudo, ojos negros y la voz tan
ronca; marcaba el ritmo de cada movimiento con una cadencia que daban ganas de
parársele enfrente, mirarlo fijo y decirle, con las pulsaciones a 150 por
minuto, ¿vos estas provocando o me parece?
Bajo
profundo, ordenó a su clase. La música al mango y ella tan al fondo del salón,
tan testaruda y sudada, con la barra atravesando sus hombros, las piernas
flexionadas y abiertas, con el resto de su energía a punto de expirar aunque
decidida a obedecer.
No hubiera
querido ese final tan penoso, tan obvio y patético. Pero. El calambre la dejó
indefensa en la colchoneta. El se acercó, le cubrió con las dos manos el
abductor y empezó a masajear.
Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor
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