miércoles, 30 de septiembre de 2015

Biblioteca feminista (mis libros marcados)

Hay un punto en el que ya no sabes si eso que leíste encarna a la perfección justo lo que pensas o si empezaste a creer en eso a partir de la lectura. ¿Importa? Creo que no mucho. Lo que sigue es un relato hecho de retazos -copia textual-, con las marcas de algunos libros que son parte de mi biblioteca feminista. Escritura patchwork.

Acaso no estamos siempre reescribiendo lo que ya escribió otro? Pues acá, una reinterpretación libre.

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Si hay una sola cosa que me hace tener esperanza en el futuro de la liberación de la mujer ha sido ver, a lo largo de los últimos años, la caída y ascenso de varios íconos femeninos. En muchos sentidos, es en las páginas de las revistas de moda y del corazón donde el nuevo capítulo del feminismo ha ido lenta, en incongruentemente, moldeándose. En el interregno, entre la emancipación femenina y el momento en que finalmente las mujeres de la política, los negocios y el espectáculo alcancen la verdadera igualdad, la cultura de los famosos es el foro donde analizamos y discutimos la vida, el papel y las aspiraciones de la mujer.
Se trata más bien de una línea de fuga de la fuga del control y del disciplinamiento entristecedor heterofascista que incluso nos coopta con esos deseos de ser alguien en esta vida: reconocimiento, trascendencia, prestigio, tener un nombre. De las famas, la única que interesa es la mala…
Hablo como proletaria de la feminidad. Hay como un orgullo de empleada doméstica al tener que avanzar con dificultad, como si fuera útil, agradable o sexie. Un goce servil. No sabemos qué hacer con nuestras potencias.
La mujer es el artefacto político que no consigue asumir la soledad, siempre en busca de quien la complete, de quien la ampare, la proteja, la cobije, la resguarde, siempre esperando algo que estimule su abúlico tedio existencial femenino hegemónico.
En una cultura que se reserva el derecho de humillar a las mujeres consideradas poco atractivas, un desesperado anhelo de belleza va inseparablemente unido al terror de que la belleza, poca o mucha, que cada una posee ya haya empezado a desvanecerse…
Las mujeres les dirigen a los hombres un mensaje tranquilizador `no nos tengan miedo´. Vale la pena llevar una vestimenta incómoda, calzados que traban el caminar, hacerse romper la nariz o hinchar los pechos, matarse de hambre. Nunca ninguna sociedad exigió tantas pruebas de sumisiones en las imposiciones estéticas, tantas modificaciones corporales para feminizar un cuerpo. Toda mujer sabe que, por muchos que sean sus demás méritos, no vale nada si no es guapa. Llama la atención la explosión de look perra extremo adoptado por muchas chicas, que por otro lado les sienta muy bien. En realidad es una forma de disculparse, de tranquilizar a los otros, de tranquilizar a los hombres: “mira lo buena que estoy; a pesar de mi autonomía, mi cultura, mi inteligencia, sigo aspirando solo a gustarte”. Tengo la posibilidad de vivir otra cosa, pero decido vivir la alienación vía las estrategias de seducción más eficaces…
Lo más deprimente del falso albor del feminismo es que, mientras estábamos ocupadas celebrando victorias en gran parte imaginarias, el trastorno de distrofia corporal de ha convertido en una pandemia de alcance mundial.
El cuerpo de una mujer es el campo de batalla en el que lucha por su liberación. La opresión actúa a través  de su cuerpo, cosificándola, sexualizándola, victimizándola, incapacitandola…
A la mujer se le ha venido demandando resistencia, heroicidad ante la perspectiva de una agresión sexual. Para creerle a una mujer, los jueces pretenden que demuestre que fue lo suficientemente clara en la defensa de su “tesoro”, de su “honor”, de sus genitales, de la penetración. Con violencia, si es necesario, debe comunicarle de manera indiscutible al macho que lo rechaza. Si no lo hizo, entonces, no hubo violación. El varon pudo haber entendido que el suyo era un no “histérico”, por eso de que las mujeres dicen “no” cuando en verdad quieren decir “si”. Mientras no lleve su nombre, la agresión pierde su especificidad, se puede confundir con otras agresiones, por ejemplo con que te afanen, te lleven en cana, te demoren o te caguen a palos. Esta estrategia de la miopía tiene su utilidad. Porque a partir del momento en que una le dice violación a su violación, todo el aparato de vigilancia de las mujeres se pone en marcha.. Una mujer que aprecia su dignidad hubiese preferido que la maten. Mi supervivencia, en si, es una prueba que habla en mi contra. Solo a los psicópatas graves, a los violadores en serie que cortan conchas con botellas rotas, o a los pedófilos que atacan a las niñas, se les identifica  en la cárcel. Porque los hombres condenan la violación. Lo que practican siempre es otra cosa…



Todo esto podes encontrarlo esparcido en:

Caitlin Morán (Como ser mujer).
Virginie Despentes (Teoría King-Kong)
Leo Silvestri & Manada de Lobxs (Foucault para encapuchadas)  
Germaine Greer (La Mujer Completa)
Miriam Lewin, Olga Wornat (Putas y Guerrilleras)


sábado, 19 de septiembre de 2015

Código Infidelidad

La libertad también puede alienarte. Qué significa que de pronto un manual de convivencia urbana venga a decirte que ya basta de falsa moral, que el adulterio en todo caso podrá volverse una variedad amatoria pero jamás será causal de divorcio.

Es lo que plantea, palabras más o menos, el flamante Código Civil que acaba de entrar en vigencia en reemplazo de uno anterior que se moría de viejo (144 años tenía la versión original). Demasiado progre para una sociedad donde el amor se jura para toda la vida y todavía la gente se pone colorada cuando alguien dice la palabra sexo.

Un siglo después de habernos metido en la cabeza los deberes de la buena esposa y mejor madre, de haber sido cómplice de la cultura patriarcal que pedía un culpable por cada matrimonio fracasado, este librejo con rango de ley se renueva para sacudirte la estantería moral y habilita, sin castigo alguno, a tener un amante. ¿Qué se hace con esta sobredosis de albedrío? Hasta ahora yo sabía que si enganchaba a mi marido poniéndome los cuernos lo echaba de casa con juicio por alimentos y todo; además estaba la chance de denunciarlo por abandono de hogar, si el maldito llegaba a enamorarse. Con esto, ya perdió sentido revisarle el celular.

Las cadenas del matrimonio como institución se han roto para siempre. Los "esposos" pasaron a ser "contrayentes". Las mujeres, ¡señoras de nadie! se acabó la portación de apellido, desapareció el deber conyugal –ese régimen del coito tan usado como reproche en las peleas de pareja-; y para disolver una relación basta con que uno de los dos se decida. Divorcio exprés y a sola firma, pronto llegará una cédula judicial informando que esa pequeña sociedad acaba de ser formalmente aniquilada.

¡Hazlo si quieres! le dije a mi marido con la mirada fija y sin pestañar, para humedecer los ojos. Vete con otra, exageré ya casi lagrimeando. Pero debes saber, mi querido, que he de poner en práctica a partir de este momento toda mi militancia feminista, en pos de la igualdad de género en esta casa. La biblioteca completa de Jane Austin se me vino encima y pude hacer mi numerito encantador.

Inmediatamente después empecé a armar una lista de posibles amantes, decidida a asumir mi derecho a la infidelidad, sin más dilaciones. Revisé viejas cartas de amor, stalkeé entre los amigos virtuales, descarté a compañeritos de primaria -la mayoría arruinados, panzones y, los peor, pobres. Apunté algunos nombres. Puse una canción de Ricardo Montaner.


Algo pasó entonces. No sé explicarlo bien. Una serie de casualidades, el nene a casa de su abuela, mi tanga de voladitos aparecida desde el fondo del placard, la tele que se rompió, su barba de dos días, las sábanas recién cambiadas, un secreto al oído, la voz ronca de siempre diciendo otras cosas. Una mordida. La noche fue larga, larguísima. De nuevo despiertos hasta las 4, como al principio. Lo mejor de todo, es que después del pucho, se puso a calentarme los pies.


Valeria Sampedro.
(nota publicada en revista ParaTi)