No lo vio venir. O se entusiasmó demasiado pronto, tan
propensa a la comedia romántica.
Su lista de requisitos básicos estaba incluso excedida
-treintipico, soltero, ojos castaños, barba incipiente, foto en guitarra y
zapatillas- cuando likeó su perfil y habilitó la cita.
Habrán chateado una semana; nada relevante, un par de
chistes simpáticos aunque sobredosis de jajas y demasiada selfie en las redes.
Mal de la época, pensó; no se iba a dejar amedrentar por eso.
Se juntaron en un bar de San Telmo. El tipo la esperaba en
la barra con una cerveza fría y su mueca de galán que no fallaba nunca. La
charla fue trivial y aquel idilio plagado de gestos prefabricados resultó
suficiente para que ella terminara en su departamento.
IG: @Raichijk_daniel |
Nada funcionó esa noche. Ni la música, ni la bebida, se
quedaron muy pronto sin tema de conversación y cuando apuraron los besos para
aplacar la falta de diálogo sus bocas no congeniaron tampoco. Insistieron; fue
el sexo más anodino que ella recordara haber tenido jamás. El pucho del después
tuvo que ser con medio cuerpo asomado a una ventana mientras él rociaba con
Lysoform el ambiente. Ya a esa altura su mueca de adonis resultaba irritante
pero cuando vislumbró sobre la mesa ratona un libro de autoayuda directamente
pensó en salir corriendo. No llegó a hacerlo, el idiota le ganó de mano. Mañana
madrugo, te pido un taxi preguntó.
Dejá, prefiero caminar.
Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor