sábado, 18 de julio de 2015

Mi feminismo puesto en jaque por un cuerito, o el poder empoderador de la UOCRA

Un cuatrimestre en la UOCRA puede lograr empoderarte más que diez años de militancia feminista de base. No es joda. El dato me llega tarde; justo después de mi queja indignada por la estafa de un plomero de barrio que se hizo el día con la destapación de mi rejilla. Tres pelos saco Oscar del ínfimo sumidero del baño. Ponele que cuatro. No le llevó más de diez minutos –ni cinta de acero, ni máquinas especiales- pero me cobró 450 pesos. (¡45 mangos el minuto!)

Y yo que creía ser una mujer moderna por tener en mi heladera el imán de un arreglatutti y así no depender de la voluntad obrera de marido intelectual, manos de seda. Atrapada en mi propio discurso no puedo decir ni A, que marido no sienta culpa de macho por ignorar cómo se cambia un cuerito es también igualdad de género. En fin…
“Tengo mega dato de plomería! La UOCRA abrió en Almagro un curso muy barato, menos de 100 pesos por mes” me escribe Diana, una amiga. Me está invitando. Pienso en desagües, filtraciones, termofusión. No logro imaginarme manipulando una llave inglesa, sin embargo Diana lo dice exultante, dispuesta a hacerlo de verdad; a comprarse su valijita de herramientas. A no permitir que un esposo de alquiler pretenda solucionar su vida doméstica a precio vil. Decidida a pelear, si es necesario, por el cupo femenino en ese cursillo pensado para varones aunque se jacte de ser para todos y todas (ya le pasó en un taller “mixto” de mecánica automotriz que era la única mujer en una clase de 40 tipos). Diana es una auténtica guerrera -no esta versión timorata de compromiso por la igualdad de género de quien escribe. Ella se le anima a la UOCRA.

Le doy mil vueltas a la idea. Busco argumentos, excusas, bibliografía, mientras no puedo sacarme de la cabeza que gasté fortunas en mi esmalte importado textura volcano y brillo sensacional. Es en la biblioteca de mi hijo, tres años, donde encuentro la respuesta; el germen de este equívoco: una colección de cuentos de la Librería de Mujeres, que bajo la consigna “Yo soy igual” cuenta historias de mamás electricistas, albañiles, referís. Arrebatos de mi primavera feminista cuando, con un lactante a cuestas, salí a comprar libritos, música y juguetes no sexistas.
Que quede claro, no reniego de este esfuerzo tan voluntarioso y obstinado que tenemos las mujeres por demostrar que podemos hacerlo todo y más. Lo que me jode es que todavía buscamos la paridad intentando igualarnos a ellos, pero qué tal si además nos sacamos de encima el mandato de los presuntos quehaceres femeninos (casi siempre domésticos). ¿Por qué no hacer una versión de esos cuentitos con varones de grandes sonrisas lavando platos, cosiendo dobladillos, haciendo la listita de las compras. Y con minitas deslumbradas ante semejante símbolo de masculinidad.


Cuestión que a los pocos días mi otro baño empieza con su rejilla a borbotones. El hombre manos de seda ni se inmuta; agarro la sopapa, tiro fuerte del manojo de pelos que resiste desde el otro lado de la cañería, logro vencerlo; el agua baja por hoy, por un rato. Sé que va a volver, con su olor pestilente de cloacas. Y me decido. Diana será mi próxima plomera de confianza. Al final sí que soy una auténtica luchadora por la igualdad de género.

Valeria Sampedro.
Nota publicada en ParaTi (edicion 17/7/15)