domingo, 27 de mayo de 2018

I. Mejor ni el café


Nadie nunca imaginó que pudieran terminar siendo amantes. Ni ellos mismos. De hecho no llegaron a serlo, aunque estuvieron a un paso. La cita había sido pautada con anticipación: el próximo viernes, acordaron. Por la tarde. Aún no estaba definido el lugar, ni si tomarían café, helado o cerveza. Ella le advirtió, la cerveza me desinhibe, no sé si podrás soportarlo. El retrucó, por qué no.

Se conocían desde hacía años, aunque apenas sabían el uno del otro. De hecho se gustaban, pero era una empatía más bien estética despojada de tensión sexual. Así que aquella mañana en que por casualidad coincidieron en un bar y ella le contó que su matrimonio se venía a pique, él lo lamentó sinceramente y cuando la conversación se adentró por los oscuros senderos de las relaciones él  terminó por confesar que no estaba enamorado de su mujer. 

Pasaron meses hasta que empezaron a buscarse. Tan tímidamente que ninguno recuerda quien fue primero. De los corazones y likes pasaron al chat privado y enseguida al teléfono. Pronto sumaron horas de conversación; sobre sueños, obsesiones, historias familiares, intercambio de canciones, chismes de gente que conocían en común. A la semana ella tenía un nudo en la boca del estómago y demasiados problemas como para jugar a la adolescente que vive pegada al celular pendiente de que le escriba el chico que le gusta. Él se empeñaba en ser adorable y algo más cauto. Por fin una tarde se animó, si querés nos vemos. Tres minutos después ella respondió: Si, quiero.

Ella imaginó mil escenas posibles. Todas terminaban con un beso. Él, nadie sabe bien qué habrá pensado, o temido, porque unas horas antes del encuentro le avisó que había surgido un trámite. Que mejor ni el café.



Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor