miércoles, 19 de diciembre de 2018

XXXI. Vieja bruja


Acordaron no seguir avanzando. Si daban un paso más podían echarlo todo a perder. Iba a ser un lío y, además, ninguno de los dos estaba dispuesto a romper nada, justo ahora que la vida iba a velocidad crucero. Sabían que la felicidad es un rato y después volver a la rutina. Ni se atrevieron a mencionar la secreta fantasía de mandar todo al carajo.

Foto: IG @raichijk_daniel
Era un poco grotesco verlos allí sentados, uno frente al otro, dos teóricos analizando una aventura que no debía pasar a mayores, organizando la argumentación de por qué convenía poner allí mismo el punto final. Todo tan estratégico y bienintencionado. Pero temblaban; era un ligero temblor que emanaba ternura y no se quitaban la mirada de encima. Estaban aterrados, ya arrepentidos antes de darse el abrazo final, que duró una eternidad.

La señora observó toda la escena a una distancia algo imprudente, tan acostumbrada a ser invisible para los demás. No había podido evitar detenerse delante de ellos y quedárselos mirando, un poco incrédula ante tanta estupidez. Qué ganas de decirles a esos dos que basta, que se quieran de una vez. Que la vida en general no da tiempo para organizar todo tan decorosamente. Pero mirá si le iban a hacer caso a esta vieja pordiosera.

Valeria Sampedro
#microhistoriasdeamor

domingo, 16 de diciembre de 2018

XIX. Comer solo


Detestaba ese momento del día. En general era la cena la que lo encontraba parado frente a la mesada de la cocina devorando un revuelto de mil ingredientes y sabor indefinible, o una hamburguesa, o directamente unas fetas de fiambre con pan del chino. Cuando sentía culpa de tal desorden alimentario se preparaba una milanesa de soja. El resto de las veces, pedía delivery. Esas noches comía frente al televisor, sentado a la mesita ratona.
Foto:  IG raichijk_daniel
La ceremonia duraba nada, tanto como tardaba en masticar, deglutir y llevarse inmediatamente otro tenedor a la boca. Con suerte 10 minutos; cuantos menos platos sucios, mejor. Pensar las horas que habían pasado discutiendo (con ella) sobre a quién le tocaba lavar.
Ahora, en cambio, reinaba el silencio. Pero llevaba su soledad con arrogancia. No iba a caer en la farsa del celular. Jamás sería del montón de comensales que sacan fotos al plato de comida ¿para compartir con quién? ¿para demostrar qué?
Cuánto mejor ser un misántropo, que un idiota que publicita su (in)felicidad.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

domingo, 9 de diciembre de 2018

XXV. Big bang


Se cruzaron por única vez en aquel aeropuerto desbordado y sellaron un pacto sin palabras. Si iba a ser un amor al paso, mejor no saber nada del otro.
El temporal había obligado a cancelar todos los vuelos. En medio del gentío ellos dos se tocaron sin querer; y sintieron una descarga.
Foto: IG @raichijk_daniel
Difícil resistir la alienación del cuerpo cuando queda sacudido por otra piel. Las valijas estaban ya despachadas, no tenían nada que perder.
Terminaron desnudos y exhaustos en una cama alquilada al costado de la ruta, que le facturarían después a la aerolínea. No debía quedar rastro alguno de aquel big bang.
Volvieron al aeropuerto en silencio. Un poco perplejos por el compás perfecto que había alcanzado el encuentro anónimo. Cómo podía él saber los tiempos, la manera en que a ella le gustaba que la acariciaran. Cómo ella adivinó que él se desarmaba de placer cuando lo besaban justo ahí. Y lo rica que era. Y lo bien que él se movía.
Se despidieron con un beso en la mejilla y fueron arrastrados por el mar de gente que unas horas antes los había encontrado. Ni los nombres llegaron a decirse.


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor