sábado, 24 de diciembre de 2016

El acosador, ¡acosado!

En el último mes, dos compañeros de trabajo se me acercaron desconcertados a contar sus anécdotas de presunto acoso. El primero de ellos, inofensivo piropeador serial, estaba de guardia periodística en Comodoro Py cuando vio pasar a una treintañera de andar sinuoso y le dijo con su voz más cautivante “qué linda estas”. Jura que tragó saliva cuando la vio volver sobre sus pasos. La rubia se bajó los lentes oscuros a mitad de la nariz, lo miró directo a los ojos y le dijo: Esto es acoso, te voy a meter una denuncia. Algo similar describió otro colega que vino con genuina preocupación a que le explique cuál es la palabra, el gesto o la circunstancia en el cortejo casual callejero –nunca consensuado entre las partes- que lo puede volver un depravado; y recordó la tarde, no hace mucho, en que una piba le gritó ¡Ni Una Menos! por toda respuesta al “Se te cayó un pétalo”. 

Vaya postal de época en tiempos de revolución feminista: el acosador, acosado. Puesto sobre las cuerdas ante el más mínimo intento de dominación. Convengamos que el varón capaz de seguir diciendo semejante cursilería casi que se merece la denuncia, más por anticuado que por machista, pero aquí venimos a hablar de otra cuestión.

Guarda con la burocracia del piropo. Entre el empoderamiento y la sobreactuación pueden votarte una ley. Es lo que acaba de hacer la Legislatura porteña con la incorporación del acoso sexual como figura punible en el Código Contravencional. Una especie de nomenclador de hostigamientos que establece penas para todo. Allí donde no se configuraba un delito penal claro, ahora aparece la contravención como alternativa de castigo, con multas que van de 200 hasta 1000 pesos y trabajo comunitario para el machito que venga a pasarse de vivo. ¿A partir de qué clase de grosería ya puedo denunciar? ¿Habrá acarreo de acosadores a algún playón de la ciudad? ¿Sabrá el tarado que me apoyó en el subte la semana pasada que me está debiendo mil mangos? ¿En qué quedó lo de los vagones rosas? Aquel proyecto fue otra muestra demagógica de exaltación feminista, amontonarnos a las mujeres en furgones diferenciados con la excusa de protegernos. Como esa iniciativa no prosperó, arremetieron con la cacería de sátiros. 
Cuántas de ustedes se imaginan haciendo uso de la contravención sexual. A que ninguna se ve una mañana llamando a la oficina “Chicas, avisen que llego un poco más tarde, un tipo me dijo de todo en la parada del colectivo y me vine a la fiscalía a denunciarlo”. Por lo menos yo, no quiero perder mi tiempo llenando formularios e intentando probar que un tipo se me acercó más de la cuenta, o que su pretendido halago me resultó asqueroso, ni tengo ganas de andar convocando testigos por la calle para mensurar si lo que dijo el operario aquel que me haría es o no una contravención, todo para que armen un expediente y dos años después le digan al señor que vaya a cortar el pasto a Plaza Francia.

No comparto que la persecución del piropo sea un primer paso. Si hay una cultura del hostigamiento, no se va a erradicar mandando a hacer trabajo comunitario a los varones. Educarlos, puede ser una mejor opción. Qué tal si hacemos una escuela para machos.


Valeria Sampedro.
Nota publicada en revista ParaTi, el 23/12/16