Detestaba ese momento del día. En general era la cena la que
lo encontraba parado frente a la mesada de la cocina devorando un revuelto de
mil ingredientes y sabor indefinible, o una hamburguesa, o directamente unas
fetas de fiambre con pan del chino. Cuando sentía culpa de tal desorden
alimentario se preparaba una milanesa de soja. El resto de las veces, pedía
delivery. Esas noches comía frente al televisor, sentado a la mesita ratona.
Foto: IG raichijk_daniel |
La ceremonia duraba nada, tanto como tardaba en masticar,
deglutir y llevarse inmediatamente otro tenedor a la boca. Con suerte 10
minutos; cuantos menos platos sucios, mejor. Pensar las horas que habían pasado
discutiendo (con ella) sobre a quién le tocaba lavar.
Ahora, en cambio, reinaba el silencio. Pero llevaba su
soledad con arrogancia. No iba a caer en la farsa del celular. Jamás sería del
montón de comensales que sacan fotos al plato de comida ¿para compartir con
quién? ¿para demostrar qué?
Cuánto mejor ser un misántropo, que un idiota que publicita
su (in)felicidad.
Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor
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