La libertad también puede alienarte. Qué significa que
de pronto un manual de convivencia urbana venga a decirte que ya basta de falsa
moral, que el adulterio en todo caso podrá volverse una variedad amatoria pero
jamás será causal de divorcio.
Es lo que plantea, palabras más o menos, el flamante
Código Civil que acaba de entrar en vigencia en reemplazo de uno anterior que
se moría de viejo (144 años tenía la versión original). Demasiado progre para
una sociedad donde el amor se jura para toda la vida y todavía la gente se pone
colorada cuando alguien dice la palabra sexo.
Un siglo después de habernos metido en la cabeza los
deberes de la buena esposa y mejor madre, de haber sido cómplice de la cultura
patriarcal que pedía un culpable por cada matrimonio fracasado, este librejo
con rango de ley se renueva para sacudirte la estantería moral y habilita, sin
castigo alguno, a tener un amante. ¿Qué se hace con esta sobredosis de
albedrío? Hasta ahora yo sabía que si enganchaba a mi marido
poniéndome los cuernos lo echaba de casa con juicio por alimentos y todo;
además estaba la chance de denunciarlo por abandono de hogar, si el maldito
llegaba a enamorarse. Con esto, ya perdió sentido revisarle el celular.
Las cadenas del matrimonio como institución se han
roto para siempre. Los "esposos" pasaron a ser
"contrayentes". Las mujeres, ¡señoras de nadie! se acabó la portación
de apellido, desapareció el deber conyugal –ese régimen del coito tan usado
como reproche en las peleas de pareja-; y para disolver una relación basta con
que uno de los dos se decida. Divorcio exprés y a sola firma, pronto llegará
una cédula judicial informando que esa pequeña sociedad acaba de ser
formalmente aniquilada.
¡Hazlo si quieres! le dije a mi marido con la mirada fija y sin
pestañar, para humedecer los ojos. Vete
con otra, exageré ya casi lagrimeando.
Pero debes saber, mi querido, que he de poner en práctica a partir de este
momento toda mi militancia feminista, en pos de la igualdad de género en esta
casa. La biblioteca completa de Jane Austin se me vino encima y pude hacer
mi numerito encantador.
Inmediatamente después empecé a armar una lista de
posibles amantes, decidida a asumir mi derecho a la infidelidad, sin más
dilaciones. Revisé viejas cartas de amor, stalkeé entre los amigos virtuales,
descarté a compañeritos de primaria -la mayoría arruinados, panzones y, los
peor, pobres. Apunté algunos nombres. Puse una canción de Ricardo Montaner.
Algo pasó entonces. No sé explicarlo bien. Una serie
de casualidades, el nene a casa de su abuela, mi tanga de voladitos aparecida
desde el fondo del placard, la tele que se rompió, su barba de dos días, las
sábanas recién cambiadas, un secreto al oído, la voz ronca de siempre diciendo
otras cosas. Una mordida. La noche fue larga, larguísima. De nuevo despiertos
hasta las 4, como al principio. Lo mejor de todo, es que después del pucho, se
puso a calentarme los pies.
Valeria Sampedro.
(nota publicada en revista ParaTi)
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