Hay una fantasía recurrente que
me detona la cabeza cada vez que apelo a la excitación urgente, que es casi
siempre (las que tengan hijos en edad escolar sabrán comprender a lo que me
refiero). La de la mucama me funciona a la perfección. Lo sé, es todo lo que
una feminista que se precie no debería siquiera pensar -mucho menos contarlo y
ni te digo publicarlo en una revista-; por estigmatizante, arquetípica y
asquerosamente machista. Pero me resulta de lo más efectiva. Le siguen la del
mecánico y la del doctor. ¡No fallan! Pura sumisión.
Cuando el nene duerme la siesta, las
veces que la abuela lo lleva a la plaza o si se queda un rato con su hermano
mayor; en fin. Las ocasiones son contadas y cuando se dan una corre al
desodorante, camisolín, un buche de pasta dental y en seguida a los besos para
entrar en calor. No hay tiempo para elaborar una seducción igualitaria y entonces
se manotea la fantasía que se tiene más a mano.
No pienso entrar en detalles.
Sólo diré que es mi minuto patriarcal del día. Qué digo del día, con suerte de
la semana. Un abrir y cerrar de ojos basta para representar la escena (el mejor
afrodisíaco es la imaginación, no los disfraces). Después, qué importa del
después, si ya la ratonera está revuelta y el amor al borde del orgasmo. Pero con
el cigarrillo llega la culpa; una culpa peor que la de la Iglesia, porque no
hay plegaria que te salve.
Levante la mano aquella que nunca
fantaseó con el profesor de gimnasia. No me vengas con que haces pilates y que
la clase de modeladora la da una mujer. Sabés a qué me refiero. A cuando en la
penumbra la cara de tu marido se desdibuja hasta convertirse en un completo
desconocido y vos beboteando de manera patética, como en el más verde de los
sketches de Francella.
Si leíste hasta acá sin
indignarte es porque te sentís dramáticamente identificada. Nos pasa a casi todas.
Somos mujeres libres, emancipadas, económicamente independientes, peleamos por
ocupar espacios de poder y militamos por el fin de la cosificación. Pero así
como hemos logrado apropiarnos de nuestros cuerpos y asumir el propio placer,
hay territorios que el feminismo no supo conquistar todavía. El hemisferio
donde anida la libido es uno de ellos; el enano machista sigue atrincherado en
nuestras cabezas.
Culpa de la industria del sexo
que nos empobreció con fantasías primarias, hechas a medida del macho
proveedor. Y cuando, un buen día, nos creímos empoderadas nos vinieron con la
pedorrada de las Cincuenta Sombras de Gray para hacernos creer que “la onda”
ahora, es que nos peguen con un látigo. Porque el chirlo, ya fue.
Valeria Sampedro.
Publicado en Revista ParaTi (1/4/2016)
Mira vos a Valeria! No la tenía. Te felicito, escribis muy bien. Me gustó mucho.
ResponderEliminarTa bien
ResponderEliminarTa bien
ResponderEliminarExcelente, me encantaría invitarte a cenar
ResponderEliminar