sábado, 7 de junio de 2014

Croniquera de la calle.

Hay que empezar desterrando cualquier fantasía que se parezca a un aviso de desodorante, o peor, de toallitas femeninas. Eso de la ducha matinal, un desayuno a las apuradas, ¡taxi!, la falda al viento, chatitas, bandolera, un touch de labial y, anotador en mano, la primicia. Puaj!!
Yo transpiro.

El periodismo tiene más estereotipos que mística. La realidad suele ser demasiado cretina para mi máscara de pestañas smoky extravagant. Y si no, esperá que el termómetro marque 37º de térmica y a tu productor se le ocurra que vayas a “hacer calor”. Si el periodismo fabrica realidades, yo debo admitir que hice el calor con más frecuencia semanal que el amor. Conozco cien tipos que fuman y usan anteojos con marco grueso pero nunca vi a ningún Rodolfo Walsh. Quien diga que cada nota es un reto, miente pensando en el Martín Fierro. Y ya que estamos, laburar en televisión te da canjes pero te adosa un montón de prejuicios ajenos por alguna razón que asocia maquillaje con superficialidad.

“Ustedes no tienen horario, ¿no? Te llaman en cualquier momento y salís corriendo.” “Sos más linda personalmente.” “¿La ropa te la dan o la comprás?” “¿Cómo es Santo?”

Ahora mismo, a cara lavada, descalza y en piyama, disfruto de estar escribiendo. Digan lo que quieran, pero también me puedo ganar el sueldo en medibacha. Y acá estoy pensándome y pensando sobre la necesidad que un día tuve de asumir el compromiso. No, esta línea no debería estar. Suena medio grandilocuente. Lo que quiero decir es que quise tomar partido. Durante años la versatilidad me resultó un mérito –la chica simpática de la temporada en Mar del Plata, cronista imparcial de las movilizaciones a Plaza de Mayo, indignada con el aumento del tomate, comprometida cada 7 de agosto: señora, ¿viene a pedir o agradecer?-, pero de golpe se volvió nociva.

Garabateando en mi cuaderno Gloria apareció una idea, la de una Mujer Sujeto que reaccione al bombardeo de tips, a los consejos para disimular los rollos en la cama y a saber si conviene o no tener sexo en la primera cita. En terapia esto sería catarsis, pero al colectivo feminista le gusta hablar de "empoderamiento". Empecé a escribir para un portal femenino; es decir, machista (je). Mis notas le peleaban protagonismo a las cirugías de las celebrities, al bikini bridge y lo último en cavados para atraer todas las miradas de la playa. Aprendí que si usaba la palabra clítoris, la nota ranqueaba mejor. Y así como los músicos mencionan a Pugliese, a mí me funcionaba mucho poner “Rampolla” y “masturbación”.

Tengo comprobado que causa cierto espanto declararse feminista. Por las dudas, yo digo que lo mío es conciencia de género. Nada de andar quemando repasadores porque cuando volves a tu casa después de nueve horas, tu hijo te pasa la factura y se aferra a la niñera como si fueras una extraña, mientras tu marido, moderno y colaborador, te pide que le alcances algo fresco, que está cansado. Que porfa por esta vez cambies vos los pañales, que él después levanta la mesa y saca la basura. Ojo, que entre mis descubrimientos menos pensados está el de la cocina. Pasé de los fideos con aceite y el medio tomate pudriéndose en la heladera, a la reivindicación más fundamentalista -como buena conversa-, casi militancia de la vuelta de la mujer a las ollas y sartenes. Es más, hoy mis canales favoritos, le confieso Santo, no son ni TN ni Canal 13 sino… Utilísima y Gourmet.

Pero hay días en que el ´empoderamiento` se apodera por completo de mí y no tolero ningún atisbo de machismo. Ni que me cedan el asiento en el subte, guay que intenten cosificarme con un piropo por la calle y ni hablemos de que un idiota al volante me mande a lavar los platos. Esos días, en casa pedimos delivery.
Me acuerdo de un informe que propusimos junto a una compañera del canal hace algunos veranos: “Sin tetas hay paraíso”, donde cuestionábamos el presunto ideal de belleza y proponíamos asumir e imponer el escote chato. La nota  planteaba un desafío doble: concientizar al macho argentino de que el tamaño (el nuestro, claro) no importa y colar la palabra tetas en Telenoche. “Lo que irrita es la exaltación de la imagen. Lamentablemente la mujer sigue siendo objeto” me dijo hace poco la colega Dionisia Fontán, con sumo cuidado para no pincharme el globo de mi reciente militancia. Una pionera Dionisia. Fue la primera en tener una columna dedicada a La Mujer, en la revista Siete Días. Y ya se quejaba porque las periodistas quedaban relegadas a temas femeninos –nada de política o economía-, notas sociales y temas hogareños, cuidado de las plantas, puericultura, asuntos de belleza. Estamos hablando de una época en la que las mujeres –atenti con el dato- firmaban sólo con sus iniciales en los principales diarios, a diferencia de los periodistas hombres que figuraban con nombre y apellido. Años setenta, no 1810.

Cuarenta años después, la temperatura en radio parece ser un dato reservado exclusivamente a las locutoras, junto con la lectura de mensajes de los oyentes (¿por qué no habrá hombres al micrófono que nos hagan las PNT?). Y está lleno de programas de televisión con “secretarias” cuyo único rol es alcanzarle al conductor una bandeja o sostenerles el micrófono, ahí paradas sonriendo, estáticas, como un adorno en la pantalla. Eso sí, entre tanto panelista que opina sobre todo -desde el romance Wanda Nara-Icardi hasta del colapso energético, pasando por lo bien que le quedaron las lolas a Vicky Xipolitakis- se reservan un informe para la mujer golpeada del día. Suena horrendo pero la violencia de género se puso de moda y muchos incorporan el tema como parte del show, banalizándolo por completo. Eso, se llama espectacularización de la noticia. Uy, me enojé y me fui para otro lado…

Pensaba que la nota más osada que hice fue una que cuestionaba esa pátina que lo tiñe todo de rosa en las revistas femeninas. El problema es que había sido  escrita nada menos que para una publicación hecha en letras de molde fucsia, las editoras se sintieron aludidas y decidieron bajarla. Una lástima, la autocrítica me parece siempre el mejor punto de partida. Por eso decía al principio eso de que hay que sacudirse la mística. Esta iba a ser una crónica del día a día de una periodista en su trajín cotidiano de salir a buscar y contar las noticias. No me salió escribir sobre cómo peleo cada nota y que amo lo que hago y que lo sigo eligiendo cada día. Salió esto, una crónica en pantuflas. Ni siquiera una crónica.

Valeria Sampedro.
(publicado en Revista Sophia / marzo 2014)

3 comentarios:

  1. Quería decirte que siempre por alguna razón que no tenia bien claro, admiré tu trabajo, ver como diariamente te mandaban a los lugares mas heavy, a hacer notas de todo tipo, te sentía una mujer con caracter, no es facil meterse en esos lugares que vos soles andar, yo que conozco bastante el conurbano, valoré siempre en vos, pero al ver esta nota, me doy cuenta que tengo un montón de otras razones para admirar tu manera de encarar tu vida y trabajo. Ojalá logres el lugar que te mereces en este mundo de hombres. Carlos Parodi

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  2. Gracias Carlos, lindo comentario. Saludos.

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  3. Dionisia Fontán hacía una columna los domingos para La Nación en un genial suplemento para chicos. Hace como 30 años!!. Se llamaba La columna de Sabrina y relataba cosas que le pasaban a una adolescente mirando a los demás. Me recuerdo leyéndolo y pensando qué difícil será ser grande!!. Somos lo que aceptamos o no. Nuestros límites, nuestras ganas de luchar por conocernos.

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