viernes, 22 de septiembre de 2017

Mi amante, Twitter

Solía creer que si no había sexo de por medio no contaba como infidelidad. Cuánto podía interferir en mi relación de pareja el coqueteo virtual con un avatar, o dos. Así arrancó todo. Un poco por curiosidad, tal vez otro poco para alimentar la autoestima (me habían dicho que era tan fácil como abrirse una cuenta, inventar unas cuantas frases ingeniosas y empezar a cosechar corazones).
me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gusta me gus

En seguida comprendí la dinámica tuitera: mechar comentarios deliberadamente insignificantes con declaraciones de principios; militar causas justas y compartir comidas, tragos; cafés con dibujitos en la espuma, fotos de gatitos. Y a los que critican, insultan o descalifican, se los bloquea. No molestaba a nadie con mi experimento millenial y pronto conseguí una tribuna siempre dispuesta para la ovación. Mis endorfinas agradecidas.

De a poco fui intensificando mi participación. Me aprendí todos los tics. En mi flamante círculo de contactos aparecieron un par de sujetos que me llamaron la atención, encantadores, simpáticos, inteligentes y progresistas –quien puede resistirse. La omisión de sus perfiles sólo abonaba mis fantasías del morocho perfecto, ni se me ocurría imaginar a esos tipos con mujer e hijos, tuiteando a escondidas desde el baño o en el subte y con olor a chivo. Hubo un flirteo inicial aunque no llegué a intimar con ninguno (quiero decir, nunca nos mandamos un DM), pero adquirimos el hábito de arrobarnos al menos una vez al día  y alcanzamos un nivel de confianza que logró perturbarme. Algunas noches compartíamos la cena mientras hacíamos zapping online. Llegue a sentir que tenía a esa gente sentada en mi living.
Un bocado, un tuit. Un pensamiento, un tuit. La más mínima anécdota, un tuit.  Dicen que hay gente que vive sólo para contarlo en tuiter; que se pone la alarma del reloj para tuitear en los horarios “pico” y se dedica a chequear el minuto a minuto de su popularidad tras cada posteo. La espiral de fascinación se parece bastante al onanismo. ¡Largá el celularrrrrrr!
Creo que en un momento me asusté. Empecé a asquearme de tanto exhibicionismo. Cuál es la necesidad de estar contando cada cosa que se me pasa por la cabeza o, peor, de pensar cómo contar con gracia que mi pelo está indomable por culpa del frizz, que leí tal libro, que estoy indignada con el aumento de tarifas, que se me pegaron los fideos, que pisé una baldosa floja con mis zapatos nuevos o que como ayer me acosté temprano soy mi abuela.
Llevé el tema a terapia cuando descubrí que mi marido me stalkeaba. La aventura había dejado de ser inofensiva. Su único reproche fue por qué había compartido en las redes y no con él que nuestra banda favorita acababa de sacar una nueva canción. Fue una gran escena de celos la suya. Me sentí expuesta y avergonzada. Igual le hice un escándalo, negué todo y lo acusé de invadir mi “privacidad”. Qué tupé indignarme ¿no?

Valeria Sampedro.
Nota publicada en revista ParaTi (22/9/17)

3 comentarios:

  1. Muy bueno!!! Igual está bueno hablar de libros y de comidas. Hay cosas que esta bueno compartir.

    ResponderEliminar
  2. Hola para los que somos mayores de 50, podrías explicar que significa stalkeaba? Muy bueno el texto.

    ResponderEliminar