Mucho
se ha escrito sobre el momento en que los chicos crecen y se van, la casa queda
grande y ese par de viejos conocidos se reencuentra, vuelven a mirarse, a
reconocerse –o desconocerse por completo-. Temores, ausencias, el abismo que supone
el tiempo libre, el mismísimo paso del tiempo, bah.

La metamorfosis es lenta, aunque
implacable. Ahí donde solía quedar tirado mi babydoll, a los pies del sofá, una
noche apareció un babycall para imponer el coitus interruptus como nueva
práctica amatoria. Quién puede concentrarse en obtener un orgasmo mientras el
crío llora desquiciado al otro lado del aparatito, te acordás que no enjuagaste
el sacaleche y el más grande pide auxilio porque no puede conectar la Play.

Bienvenidas al nido lleno.
Es
así. No esperen guiños de comedia romántica en esta columna (obsérvese que ni
una vez se ha escrito aquí la frase hacer el amor). La realidad suele ser
bastante más dramática de lo que suponen esas encuestas que hablan de un
promedio de 103 encuentros sexuales al año como frecuencia “aceptable”, lo que
implicaría hacerlo ¡¡dos veces por semana!! -no se dan una idea de la cantidad
de cosas que puedo resolver en esos 15 minutos. ¿A quién fue a preguntarle esta
gente? Seguro que no a parejas con pibes en edad escolar. Puedo asegurar que el
dato no tiene ningún rigor científico pero, ya que estamos, hablemos de lo
fabulador que suele ser el argentino, más cuando se trata de sexo. Así que
basta de hipocresías que sólo sirven para sembrar discordia en el matrimonio y
correr detrás de una estadística coital. Lástima, no me quedó espacio para
escribir sobre el deseo. En definitiva, quién se acuerda de eso ya..
Valeria Sampedro.
Nota publicada en la Revista ParaTi (5/8/17)
Muy bueno!!. Sentí como quien va manejando en un camino con obstáculos 😉 porque uno al principio cede un espacio que luego va ampliándose!!.
ResponderEliminarExcelente Valeria. Así es. Y espera que llegue la adolescencia... abrazas!
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