domingo, 6 de agosto de 2017

El nido lleno

Mucho se ha escrito sobre el momento en que los chicos crecen y se van, la casa queda grande y ese par de viejos conocidos se reencuentra, vuelven a mirarse, a reconocerse –o desconocerse por completo-. Temores, ausencias, el abismo que supone el tiempo libre, el mismísimo paso del tiempo, bah.
Pero qué tal si hablamos un rato del nido lleno. Del desorden permanente, los juguetes desparramos en cada maldito rincón; el griterío, televisores prendidos, saqueos a la heladera, migas en la cama, peleas por el baño, el living convertido en estadio de fútbol. Puedo seguir eh... De pronto una intenta comprender en qué momento aquel nidito de amor se convirtió en un nido de caranchos, lleno de pibes con olor a pata y asume que todavía falta mucho ¡pero muuucho! para el famoso nido vacío. 
La metamorfosis es lenta, aunque implacable. Ahí donde solía quedar tirado mi babydoll, a los pies del sofá, una noche apareció un babycall para imponer el coitus interruptus como nueva práctica amatoria. Quién puede concentrarse en obtener un orgasmo mientras el crío llora desquiciado al otro lado del aparatito, te acordás que no enjuagaste el sacaleche y el más grande pide auxilio porque no puede conectar la Play.

El pasaje de pareja a familia puede resultar durísimo; demanda tiempo, energía y entregar todos tus espacios: mi rincón de velitas aromáticas hoy lo ocupa un aro de básquet, el cazador de sueños del balcón hubo que sacarlo para amurar un tender. La guitarra de mil noches desveladas, improvisando canciones entre las sábanas, transmutó en un parlante de computadora que oscila entre el sapo pepe y piki-piki como alienante banda de sonido de la casa. El único intercambio epistolar que conservo con mi marido se reduce a notitas pegadas en el corcho de la cocina y un chat repleto de tareas domésticas y recordatorios. Cómo no tener la libido hecha pedazos. Sumale los ronquidos, la remera apolillada que él usa para dormir, mi bombacha con pelotitas de tan gastada, la tele a la hora de la cena, la remisería 24hs en que nos convertimos cada fin de semana. ¿Sigo? El último gesto de sensualidad que recuerdo es rozar con la yema de los dedos su espalda… hasta encontrar y reventarle un granito. 
Bienvenidas al nido lleno.
Es así. No esperen guiños de comedia romántica en esta columna (obsérvese que ni una vez se ha escrito aquí la frase hacer el amor). La realidad suele ser bastante más dramática de lo que suponen esas encuestas que hablan de un promedio de 103 encuentros sexuales al año como frecuencia “aceptable”, lo que implicaría hacerlo ¡¡dos veces por semana!! -no se dan una idea de la cantidad de cosas que puedo resolver en esos 15 minutos. ¿A quién fue a preguntarle esta gente? Seguro que no a parejas con pibes en edad escolar. Puedo asegurar que el dato no tiene ningún rigor científico pero, ya que estamos, hablemos de lo fabulador que suele ser el argentino, más cuando se trata de sexo. Así que basta de hipocresías que sólo sirven para sembrar discordia en el matrimonio y correr detrás de una estadística coital. Lástima, no me quedó espacio para escribir sobre el deseo. En definitiva, quién se acuerda de eso ya..

Valeria Sampedro.
Nota publicada en la Revista ParaTi (5/8/17)

2 comentarios:

  1. Muy bueno!!. Sentí como quien va manejando en un camino con obstáculos 😉 porque uno al principio cede un espacio que luego va ampliándose!!.

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  2. Excelente Valeria. Así es. Y espera que llegue la adolescencia... abrazas!

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