La verdad es que ella tenía ganas de comer pizza, no sushi,
a la salida del cine. Ya la elección de la película había supuesto una
concesión cuando le mintió que daba igual ver la de Alex de la Iglesia en lugar
de la comedia italiana. El registro de aquel ínfimo cortocircuito le generó un
frunce en el ceño. Nada importante. Todo se acomodó después y una vez en casa
cogieron divinamente.
Foto: IG @raichijk_daniel |
Cuando se despertó, como a las 9, le dieron ganas de ir a
tomar mate al balcón. El la abrazó en un movimiento que era habitual y un poco
automático pegándose por completo a su espalda, quedate acá conmigo, suplicó,
le acarició el pelo como a ella le gustaba, con la yema de los dedos por el
cuero cabelludo desde la nuca.
Ella se dio media vuelta, le dio un beso en la boca que le
resultó pastoso y se deslizó suave por las sábanas hasta salir de la cama.
Mientras ponía la pava observó el desastre del living, un
cenicero con puchos, el control remoto debajo de la mesa, papelitos de
caramelos por todos lados. Por qué era tan desordenado.
Se puso a leer al sol. No lo esperó para el mate, total
cuando por fin se levantara podría renovarlo y tomarían juntos otra ronda. Qué
ganas de volver a desayunar con pomelo y tostadas. Hoy compro, pensó.
Advirtió la secuencia de pequeñas rebeldías a esa rutina de
dos y entendió lo que estaba pasando: volvía a registrar su deseo. El suyo
individual, fuera de la simbiosis.
No era el fin del amor, podía significar justo el principio.
Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor
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