jueves, 24 de enero de 2019

XXXVI. Su vida sin ella


Era angustiante verlo. Un espanto esta época de publicar la existencia en una red social. Y ella sin poder parar de stalkear. ¿Se lo hacía a propósito?! Qué necesidad, después de haberla dejado, de compartir cada minuto de su agenda. ¿De verdad andaba tan animado? Porque ella la estaba pasando para el orto! 
Foto: IG @raichijk_daniel
No toleraba ser espectadora de una vida que, hasta hace nada, había sido la suya también. El pomelo en ayunas, el rayo de luz que se colaba por la hendija de la persiana, el mate de cuero que habían comprado en Uruguay. Todo ventilado y con filtros de renovada felicidad. Querido, ¡esos son mis trapos también!
Qué patético su budita nuevo en la biblioteca. Si había aprendido de ella, con ella, los ejercicios básicos de yoga. Atrevido.
Cada vez que el redondelito de su foto en IG se ponía en rojo a ella le agarraba taquicardia. Pero no podía evitar mirar. Asistió a la renovación de su vestuario, al corte de pelo, al hábito de la copa de tinto por las noches bajo la luz naranja de la lámpara que ella le había regalado para su cumpleaños; supo que fue al recital de Nick Cave.
Hasta que un domingo subió una stori con ella, con otra ella a la que abrazaba con la sonrisa feliz que ella (nuestra ella) conocía de memoria, porque adoraba esa sonrisa de dientes torcidos que invariablemente venía seguida de un beso.

Valeria Samedro.
#microhistoriasdeamor


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