viernes, 23 de octubre de 2015

Feminista ¡a tu cocina!

Qué mandato ancestral de sumisión será el que nos devuelve a la cocina. Cómo es que un día aquel lugar del que aprendiste a huir en un acto reflejo de emancipación, de golpe te atrapa. La marca del delantal como estigma. Empoderarse ¿es pedir delivery?


Estoy atravesando un dilema existencial vinculado a mi flamante afición culinaria. Es raro, pero desde hace un tiempo no hago otra cosa que mirar canales gourmet, mi vieja moleskine se llenó de recetas y tips, el super se ha vuelto un paseo de compras, ahora uso sal marina. Ser activista de la lucha por los derechos de las mujeres durante el día y cuando cae la noche un encanto de ama de casa, horneando la cena, no parece aconsejable para una feminista en vías de desarrollo. ¡Si hasta me hice una huerta en el balcón! De pronto convertida en jardinera, mi cilantro, mi romero, mi menta, mi ciboulette.

Huevos rotos, con croutones y rúcula o sopa de calabaza con jengibre (las influencias palermitanas me han vuelto un ser sospechoso frente a la militancia más dura). El problema no tiene que ver con cuál de esos platos me sale mejor -los dos los hago riquísimos- sino con una culpa de género, una sororidad interior que busca rescatarme de la esclavitud del cucharon. La angustia del souflé sin grumos viene a empeorar las cosas en estos días de desasosiego y cuestionamiento permanente. No hay caso. Y me lanzo a picar cebollas, para llorar tranquila sin tener que dar explicaciones a nadie.

Hay algo de síndrome de Estocolmo en haber vuelto, sin que me llamen, al lugar doméstico que rechacé a modo de autodeterminación y libertad apenas descubrir a Olympe de Gouges y Simone de Beauvoir. El patriarcado debe tener que ver con todo esto, estoy segura. No parece casual que la tele se haya llenado de maestros chefs, pretendiendo invertir la carga de la prueba. Basta con hacer un poco de zapping al mediodía, mirar los canales utilísimos o ver el reality de Peluffo para entender que los varones coparon las hornallas. Y a una le da celos, hay que decirlo, verlos condimentar tan sueltos, dando consejos de cómo filetear un lenguado. A ver si encima de todas las batallas que nos falta librar a las mujeres, no tenemos que salir ahora a exigir el cupo femenino en la cocina. Paren muchachos, ese lugar ¡¡es nuestro!!

En plena introspección me asaltan por detrás los brazos de marido hechos abrazo para elogiar las costillitas de cerdo que acaba de comerse. Entendió todo y sabe al pie de la letra cómo desactivar mi remordimiento:

1.  se pone a lavar los platos
2. me tiende “La mano de Marguerite Yourcenar” un libro ¡de recetas! que revela cómo una intelectual que de hecho fue la primera mujer en ingresar a la Academia Francesa era además una excelente cocinera.

Y pregunta, qué vas a querer que te regalemos para el día de la madre, amor? Entonces, el nudo en la garganta se deshace. Lo pienso, lo necesito, no debo. Sé que sería un gravísimo error pedir la minipimer. Me muerdo, no voy a decirlo... No lo digo.


Valeria Sampedro.
(nota publicada en Revista Para Ti 23/10/15)

1 comentario:

  1. La cocina es un laboratorio de magia,somos brujas (en el buen sentido, si es que lo hay), magas. Que linda nota Valeria, y que lindo final.

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