martes, 20 de mayo de 2014

Hacerse Mujer

Mariana Casas vivió como varón casi 40 años. Fue su estrategia para escapar del destino prostibulario que todavía se le reserva a la mayoría de travestis y transexuales. Abogada de Flor de la V en la causa por el cambio de identidad, reflexiona sobre cómo ser lo que sos en un país con leyes de vanguardia y una sociedad que mira de reojo al diferente.

Señora, hágale hacer deportes! Va a ver cómo se le pasa...” La indicación del médico no logró el efecto deseado, aunque Marianita desarrolló un lomo olímpico. Por entonces, Mariana todavía no era Mariana sino un adolescente peleando por imponer su identidad. Promediaban los ’70, no había demasiado margen para la rebeldía. Así que: a entrenar. Hizo el instructorado de ski, se recibió de buzo deportivo, llegó a ser timonel de yate. Jugó al padel, al fútbol, al tenis, al rugby, al voley, se federó en hockey sobre patines Y no hubo caso.

A ver, ¿qué parte no se entendió? La historia de Mariana se remonta a cuando tenía tiernitos cuatro, cinco años y empezó a envidiarle los vestidos a su mamá. Me pasa desde que tengo memoria, dice, le sacaba la ropa a mi vieja, a mi tía, a mi abuela, y la escondía en el cuarto. Lo cuenta a sus 52, con una naturalidad ganada a fuerza de lucha, ahora que en la cartera tiene su DNI verdadero y no ese documento apócrifo que la atormentó durante más de la mitad de su vida. Cuarenta años se la pasó disfrazada de hombre. Paradojas de la transexualidad.

¿Y si nos sacamos todos la careta? Qué tal si asumimos que en el país del matrimonio igualitario, de la adopción sin fronteras sexuales y la identidad de género, Florencia de la V es la única travesti que goza de aceptación popular, mientras el resto (¡el 95%!) se ofrece por veinte pesos en las zonas rojas.

Mariana Casas es abogada y tiene el triste privilegio de ser de esas pocas que no se dedica a la prostitución. “Te voy a contar mi caso. Yo me recibí en la Facultad de Derecho, pero pareciera que mi título dijera abogada de transexuales, porque no hay nadie más que me contrate. Llevo 11 años de profesión y sólo me consultan chicas y chicos para cambio de nombre y sexo en el documento, trámite que ahora se hace por ley, una ley que yo aprobé y por la que también milité para, qué curioso, pasar a quedarme sin trabajo”.

Piedra libre al enano fascista agazapado detrás del control remoto. Al que cree cumplir su cuota parte de aceptación de la diversidad porque aprendió a querer a Flor y se emociona con las Noelias de Tinelli. Otra vez la excepción confirmando la regla, y en esa lógica, entonces, Naty Menstrual es “la” escritora, Ariana Cano “la” locutora, Micaela Bayer “la” policía trans y Mariana Casas “la” abogada -viene invicta con 26 causas ganadas, entre ellas justamente la de Flor de la V-.

Primaria en colegio de varones. Secundario en una escuela de curas. Cómo encontrar un resquicio para expresar todo lo que le ocurría a esa nena siempre en falta, que a los 12 empezó a frecuentar psiquiatras. “Hice muchos tratamientos psicológicos para normalizarme. A nadie le gusta ser distinto; tratás de no ser, intentás adaptarte. Yo me inventé un papel y lo representé como pude. Fue muy difícil, armé mi personaje respondiendo al estereotipo del varoncito. A los 14 mi papá me consiguió una chica para debutar; yo decía: ¡qué hago acá! (...) Hice todo lo posible por responder al mandato, conste que no pude”.

Pronto entendió que lo único que podía asegurarle una independencia económica sin condiciones era salir a laburar. Había que huir de esa casa donde le revisaban el placard, el esmalte de uñas estaba escondido bajo siete llaves y la madre hacía verdaderas razias para deshacerse de cualquier objeto femenino que no fuera suyo. Claro que para eso iba a tener que seguir usando unos cuantos años más el seudónimo masculino que le habían asignado al nacer. La farsa iba a garantizarle inserción social.  

Y fue cadete, motoquero, vendió fiambres, colocó burletes. Mientras, estudiaba Derecho. “Yo decidí esperar. Recién pude romper cuando tuve encaminadas ciertas cosas”. A los 23 dejó el departamento familiar de Barrio Norte y se fue a vivir sola. La liberación le trajo de regalo su primer orgasmo, y supo que estaba por el buen camino.
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Mujer se hace.
Ya lo dijo Simone de Beauvoir (y pronto se convirtió en un eslogan feminista): “No se nace mujer, una llega a serlo”. La figura de la hembra humana es un producto cultural que se ha construido socialmente. Mariana agrega: “Va mucho más allá de la cuestión física. Lo genital es una cosa, pero el género es otra. Es una construcción, son convenciones. Tenemos la convención de la ropa rosa y celeste, autitos para los varones, muñecas para las nenas. Si rompiéramos con esos estereotipos…”

Pero estamos lejos de alcanzar esa quimera, aún con la bandera de la igualdad flameando altiva, orgullosa, a menos de un mes de la promulgación de la nueva ley de identidad de género. Mientras la expectativa de vida de las personas trans siga siendo de 35 años, el dilema de nacer, ser y parecer quedará reducido a una cuestión semántica: Trans significa del otro lado; es decir, que sigue habiendo “dos” lados. Ojalá todo fuera tan simple, ¿no?.

Hoy Mariana Casas forma parte del equipo jurídico de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT). Trabaja en el Consejo Nacional de las Mujeres y es asesora en la Legislatura porteña. Le llevó más de cuarenta años la construcción de su modelo de mujer. “A mí no me interesa ser famosa, yo lo logré desde otro lugar. Tengo mi trabajo, tengo mi sueldo, soy una persona austera que no necesita mucho para vivir y gano lo suficiente como para estar bien. Ok, le debo mucho a una diputada que me dice ‘vos valés’. Es muy difícil que te digan vos valés cuando sos trans”.

Lo dice y hacemos un zoom a los ojos. Nada, ni una gota de humedad. Apenas una pausa y un remate perfecto: “Soy una solitaria; yo estoy feliz en mi casa, escuchando mi música con un vasito de whisky, un libro y mis seis gatos debidamente castrados, claro, como la dueña. Jé”.

Valeria Sampedro.

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