Él no tenía nada que hacer en la puerta de su casa. Pero ahí
estaba, esperándola, sentado en el borde del cantero agarrándose la cabeza,
maldiciendo el momento en que había desatado el juego de la seducción, justo
con ella.
Ruido de llaves, subí. Subió. Resultaba extraño habitar ese
espacio, sentirse a salvo de la mirada del resto del mundo y a la vez en el
sitio más peligroso de su universo: a dos centímetros de la mujer que lo volvía
loco. Qué carajo estaba haciendo ahí.
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Habían
acordado no ir a fondo, sólo volver a verse, hablar un rato. Ella le
había jurado no cruzar el límite. Al menos, no primero. Y exactamente eso pasó.
Se sentaron
en el suelo, pegados uno al lado del otro. Quietos, contra la pared.
Apenas conversaban. En un momento él la miró y -no pudo evitarlo- le acarició
una mejilla. Para qué. Ella le agarró la cabeza por los lados, recorriéndola con los dedos
abiertos desde la nuca, revolviéndole el pelo, mientras abría la boca para darle, ahora sí, un beso carnívoro.
Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor
De vuelta,perdí tu mail, quería pasarte unas preguntas para publicar en mi revista "Hasta Las Letras Siempre" en San Antonio de Areco. Y publicar tus cuentos, obvio. Son de primerísimo nivel.
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