jueves, 2 de agosto de 2018

XVI. Animal

Para él, el amor más que una experiencia era un estado de ánimo. Y la búsqueda de felicidad casi nunca tenía el correlato épico que quería para su vida. Así que normalmente estaba solo o, de a ratos, mal acompañado.
Solía enamorarse desesperadamente. Hasta los huesos. Y era un animal, puro instinto, nada de especular ni hacer cálculos de conveniencia; se quedaba en carne viva, cada vez. Pero sus declaraciones de amor, tan shakesperianas, asustaban a cualquiera que tuviera un mínimo sentido de supervivencia. Hasta que se cruzó con ella. En la puerta de un cine arte, bajo una lluvia torrencial. La vio encogida bajo el alero mínimo, con la mirada absorta y moqueando, tres pañuelos hechos bollitos en la mano, sin paraguas. Era hermosa. El lloraba también, por la película y por la mujer que tenía ahora a dos metros y estaba a punto de conocer.
Todo era desmesurado en esa escena. El se paró frente a ella, la miró fijo, se secó las lágrimas con la manga del buzo y le regaló su sonrisa más tierna. Ya te quiero, le dijo. Y la invitó a tomar un café.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

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