Ella se
levantaba religiosamente antes de las ocho de la mañana. Ponía la pava al
fuego, encendía la radio, preparaba el mate y cortaba seis rodajas de pan que
colocaba en la tostadora de chapa mientras batía un café instantáneo.
Ocho y
cuarto él ya estaba sentado a la mesa. No eran de
hablar a esa hora. Ella armaba la listita de compras, la dejaba a un
costado, debajo del cenicero y se ponía
a lavar ropa. Él era el
encargado de ir al mercadito, al chino, a la panadería. Se quedaba charlando un
rato largo con el diariero y aprovechaba para hojear los titulares del día.
Ph. IG: @raichijk_daniel |
A eso de
las doce ya estaba de vuelta en casa. Ella lo esperaba con la sopa de cabellos
de ángel servida y el bifecito (carne, pollo, pescado) ya en la plancha. Comían
y ese era el momento más animado, él traía las novedades de la calle, ella le
contaba sobre alguna cosa que habían hablado en la radio o le daba la primicia
de algún acontecimiento o pelea familiar. Uno levantaba la mesa, la otra lavaba
los cacharros, y se iban a dormir una siesta.
La siesta
era siempre con la persiana a medio bajar, una mantita sobre las piernas, ella
acurrucada a un lado y él ubicado en la misma posición, pegado a ella por
detrás y con un brazo cubriéndola.
Después la
merienda, un rato de tele mientras ella planchaba y él arreglaba la bicicleta o
colgaba un cuadrito o ajustaba una cerradura o reemplazaba el paño de las patas
de la mesa.
A ultima
hora ella regaba las plantas, él ponía el mantel y preparaba una picadita,
cuatro aceitunas, cuatro pedacitos de queso mar del plata, cuatro rodajitas de
salamín, dos galletitas sin sal, dos vasos de vino tinto con soda.
A veces
después de cenar miraban una película. Otras noches se iban a leer a la cama.
Ella leía en voz alta otro capítulo de la novela que nunca faltaba en su mesa
de luz.
Y así.
Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor
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