Bueno. Digamos que llevaban una década de pulcro afecto; se
conocieron como estudiantes, se respetaron como colegas, empezaron a quererse
mucho y se volvieron compañeros indispensables de la vida. Esa gente que uno
quiere tener cerca, a como dé lugar.
Ph. IG: @raichijk_daniel |
Años de contarse dramas familiares, calenturas, confesar
miserias, prestarse plata, pedir consejos de amor. Estar en las trastiendas; a
cara lavada, de pésimo humor, llorar con mocos, reírse a carcajadas, olvidar la
pose. Despojar cualquier vínculo del deber ser puede volverse un vicio.
Y sin embargo, jamás una mirada de reojo, jamás un atisbo de
duda ni recelo alguno por parte del (o la) acompañante de turno. No daban
lugar. Y eso que juntos hacían una pareja increíble. Lo sabían. Ellos mismos
bromeaban con el asunto, jugaban a desafiar las leyes que injurian la amistad
entre el hombre y la mujer. Ellos sí podían. Al menos, habían podido hasta
ahora.
Hasta un domingo en Plaza Francia, la feria, pochoclo, estatuas
vivientes y el primer beso.
No estaba en los cálculos que resultara tan placentero y se
abrazaron asustados por haber roto el pacto. Él le susurró al oído un te quiero
tanto, me gustas tanto, te juro, que tengo miedo de que todo esto salga mal.
¿Qué podía salir mal?
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